Genera un poco de confusión para los que recién llegamos al mundo del té… Pero primero hay que aclarar algo: todos provienen de la misma planta (llamada Camelia Sinensis) y lo que los diferencia es el proceso que se realiza con ella. Las hojas de té se oxidan rápidamente si no son secadas después de la cosecha, oscurecen rápido porque la clorofila se va y se tornan de un color cobre. A esta oxidación se lo llama «fermentación» en el mundo del té.

Por lo tanto, las grandes diferencias entre los tipos de té están dadas por el momento en que se lo cosecha, el proceso de fermentación y el secado de sus hojas. El té blanco es aquel que se recolecta antes de que la planta abra sus hojas totalmente. Está constituido por los primeros brotes. El té verde se conforma por las hojas recolectadas, vaporizadas y calentadas suavamente, deteniendo el proceso de oxidación que mencionamos antes. Esto hace que el té verde conserve más componentes minerales y vitamínicos que los que se oxidan más tiempo. El té negro es un té más oxidado (o más marchitado). Resulta mucho más aromático pero tiene menos propiedades al estar más seco y alejado de los componentes naturales de la planta. El té rojo es el más parecido al vino por su proceso de elaboración. Es almacenado en barricas de roble que le dan su famoso color «rojo» y en niveles altos de la industria su año de cosecha se considera una cualidad única.

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